La Ciudad Negra by Antonio Blázquez-Madrid

La Ciudad Negra by Antonio Blázquez-Madrid

autor:Antonio Blázquez-Madrid [Blázquez-Madrid, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Editorial Amarante
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


MARTES

En el reloj de la torre de la iglesia daban las doce y media. El escritor y Esther habían elegido ese momento porque a esa hora todas las monjas estaban ocupadas en sus tareas diarias. Se encontraron en la puerta trasera de la residencia-convento, tal y como habían acordado. Entraron y fueron directamente a la pequeña sala de lectura, que tenía que estar cerrada y lo estaba. Esther abrió. Cerraron por dentro para evitar cualquier inoportuna e imprevista visita. El escritor, impaciente por ver lo que se escondía al otro lado de la pared, buscó y se dirigió de inmediato hacia una puerta que estaba medio oculta en el lateral izquierdo. Ella Introdujo una llave en la cerradura, y la puerta cedió. Ante los ojos de Casperano se abría un espacio oscuro, sin ninguna luz que dejara ver nada del interior. Esther entró la primera. Con la mano abierta palpó sobre la pared y apretó el interruptor que encontró a mano derecha. La luz deslumbró por un momento al escritor, y cuando pudo ver lo que allí había, quedó sorprendido. Todo era más fastuoso de lo que pudo imaginar cuando se lo describió Esther. La decoración y los elementos existentes en la habitación tenían un lujo excesivo: las paredes insonorizadas y tapizadas con sedas de suaves colores; los muebles de madera de palisandro policromada; el cuarto de baño con suelos de mármol. La cama era inmensa. Después de la primera y básica inspección pudieron deducir, por el olor a limpio que desprendían las sábanas que cubrían la cama, que hacía poco tiempo que alguien las había cambiado. El escritor se sentó para probar la dureza del colchón.

—Es cómodo, blando y suave, y agradable para dormir... o lo que aquí se haga —dijo riendo.

Esther siguió con el mismo tono de humor:

—Pues lo podríamos cambiar por el mío, que es de borra y duro como las piedras —dijo—. ¿Sabes qué nombre les hemos puesto entre las hermanas?: “los sin-pecado”, porque no hay tentación que te asalte cuando estás durmiendo sobre ellos.

A Casperano le hizo gracia aquel nombrecito.

—Pues prueba este, ahora que puedes.

Esther se tumbó en la cama y comenzó a botar sobre el colchón como si fuera una niña.

—Me encantaba saltar en la cama cuando era pequeña. Disfrutaba al sentir el vacío que quedaba entre mi cuerpo y las sábanas. Era una sensación especial, como si de pronto levitaras. ¿Nunca lo has probado? Inténtalo.

El escritor se tumbó al lado de ella, y a su mismo ritmo procuraba impulsar su cuerpo hacia arriba, aunque apenas conseguía que se elevase unos milímetros.

—Me doy por vencido —dijo—. Se ve que mi edad infantil pasó hace mucho tiempo.

Los dos se quedaron quietos, uno junto al otro, mirando al techo y dejando que sus brazos se rozaran. El escritor la miró, y dijo:

—Me gusta verte sin la toca.

La monja, sin decir palabra, se la quitó, mientras dejaba escapar una sonrisa nerviosa.

Él comenzó a acariciar aquel pelo negro y suave, después la cara, y llegó con los dedos hasta la comisura de los labios.



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